En esta ocasión voy a escribir una nota sobre como aprendí a no decir disparates... No, mejor no. Mejor los invito a que guardemos un minuto de silencio... ¿Escuchan eso? Sí, son perros ladrando... Se oyen lindos ¿Verdad?
Ok, ya...
Para cuando usted se encuentre leyendo este post, probablemente yo estaré sufriendo sentado en algún asiento estándar de un vuelo comercial normal atravesando el Pacífico con rumbo a la China (Y cuando escribo “la China”, lo digo en sentido más literal de la palabra). No tengo idea de cuán largo sea el camino, pero normalmente después de la tercera hora siempre me dan ganas de auto-inducirme una especie de coma clínico para no sentir la desesperación infernal que le provocan este tipo de viajes a un ser de 1.93 metros de estatura con una espalda más ancha que las nalgas de un buey adulto.
Esta vez, el traslado y el título de este post tiene una razón muy especial: La Universiada Mundial. Así es, un torneo que no es ni muy conocido, ni muy prestigiado, y sin embargo es lo más parecido que se puede encontrar ahí afuera a los Juegos Olímpicos (Dicen). Este es el primero de una serie de entradas que escribiré estando dentro de la villa de la máxima justa universitaria.
He tenido la oportunidad de participar en las tres ediciones anteriores (Izmir, Bangkok y Belgrado) y puedo decir que es el evento que más me ha gustado y en el que más aventuras he vivido (Aventuras que, por cierto, no son del todo aptas para ser comentadas en este espacio… Situación que será revertida próximamente). Es un suceso especial, ya que para participar en representación de un país se requieren dos cosas: practicar un deporte y ser estudiante universitario, es decir, un evento netamente pensado para minorías a nivel mundial… Bueno, en México se solicita un requisito más, aunque no estoy seguro de si es o no una leyenda urbana: no ser un burro (Dicen que si tienes un cierto número de materias reprobadas, no te dejan participar). Agradecería que alguien me aclarara este último punto porque me declaro un ignorante del tema (Espero que me dejen participar y no me regresen a México).
Para los que van a Shenzhen (O como p**** se escriba), pues que tengan un buen viaje y espero no lleguen con alguna especie de gangrena en las piernas después de ir sentados tanto tiempo en el avión. Allá nos vemos. Ah, y pórtense bien porque los estaré vigilando y seguramente escribiré al respecto… Y pondré sus nombres y fotos para que sus padres se enteren de la clase de hijos que tienen.
La siguiente entrada en este espacio, la voy a escribir ya estando en la villa universitaria y hablaré de los sucesos que acontecen dentro. Si llegan a leer anécdotas sobre hombres de tres metros que comen ocho kilos de fruta, seis de carne y diez de agua, son verídicas, pero no se asusten, no se les van a aparecer debajo de la cama en una noche de luna llena (Dudo que quepan).
No sé que tan en contacto pueda estar con ustedes porque, y esto sí espero con todo mi corazón que sea una leyenda urbana, creo que en China no hay ni Facebook, ni Twitter, ni Google+, ni páginas XXX, ni nada. Así que si eventualmente no escribo es porque me lancé de la ventana en un ataque de ansiedad.
Y bueno, disculpen por las quejas del principio, pero es que los viajes largos en avión me crean una especie de conflicto existencial comparado solamente con la incertidumbre que tienen todos al no estar seguros sobre la extinción del mundo de acuerdo al calendario Maya. Abusando de su confianza, me permitiré hacerme un poco de publicidad, alguna vez escribí mi opinión sobre los vuelos comerciales, si quieren leerlo son muy bienvenidos: Bitácora de vuelo (Cualquier parecido a la realidad es mera coincidencia).
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