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Foto del escritorFauno

El ghetto del mundo


(Original en Punto Fino News, 2023)


Hace 15 días estuve en París… Antes de que empiecen a felicitarme a la distancia, a pensar que soy muy afortunado o a desearme el mal por pura envidia tengo que decir que no me la pasé tan bien, bueno, quizá la expresión correcta es que no me la pasé tan mal.


Fui a trabajar, pero a diferencia de la gran mayoría de seres humanos que preferirían hacer otra cosa de sus vidas, yo sí disfruto lo que hago, así que el trabajo no fue la razón por la que no me la pasé tan bien esta vez.


He ido a la ciudad luz ya varias veces, 4 en total contando esta última, una de ellas incluso durante un tiempo prolongado porque tengo unos amigos de la universidad que contrario a mis recomendaciones se fueron a vivir allí y pues no me quedó de otra que irlos a visitar.


París es una ciudad que nunca me llamó mucho la atención. El hecho de que sea un lugar lleno de clichés románticos y parte de un país que se ha rendido en todos los conflictos mayores que ha tenido, cuyo héroe más grande era un cuatrero y que hasta el ejército mexicano le haya ganado una batalla en el momento en que fueron el ejército más poderoso del mundo (según ellos) no ayudaba mucho a la imagen que yo tenía en mi cabeza de una ciudad modelo.

El chiste es de que cuando llegué la primera vez a la capital del estado francés en aquella fría noche de invierno de 2007 y me di cuenta de que todos, pero absolutamente TODOS los clichés eran ciertos me enamoré de la ciudad… Quienes conozcan París saben de lo que hablo.


Quizá es por todo ello que esta vez no me la pasé tan bien… O quizá es porque me quisieron matar (no fue tan así, pero es un recurso narrativo, ustedes sigan leyendo).


El día que aterricé tomé un tren rumbo al centro, un tren que bien podría haber sido un tren que transportaba judíos con pijamas de rayas en la 2a guerra mundial, ahí empezó el desencanto.


Como dije al principio, fui a trabajar, así que realmente nunca tuve tanto tiempo disponible para salir a comprar 800 torres Eiffel por un euro o aprovechar las ofertas que cientos de inmigrantes traen a los turistas, así que un día que pude salir lo hice en la noche… Segundo fiasco del viaje: me di cuenta de que la ciudad de la luz ya no tiene luz. Al menos los monumentos más importantes ya no están iluminados, o los iluminan sólo un rato.


Llegué a la torre (Eiffel) de noche sólo para comprobar que ya no te puedes acercar. Alguna vez me tomé una foto en las patas de ésta, ahora ya no es posible porque está cercada por unas barreras de cristal de esas a las que no le entran las balas, ni los turistas. La torre estaba apagada, porque chingue su madre la luz, hay que cuidar al planeta (o algo, supongo).


Bueno, ya había hecho el viaje hasta ahí, entonces decidí pasear por los campos de Marte en donde siempre ves parejas romanceando y puedes sentir la experiencia completa de París… Ahora sólo vi grupos de amigos hasta la madre de borrachos con Ricardo Arjona sonando a todo volumen en sus bocinas inalámbricas (100% real, no fake), gente vendiendo alcohol aprovechando la coyuntura y un suave aroma a meados impregnado en el aire: sí, la experiencia completa de París, pero de Víctor Hugo.


Por si fuera poco me di cuenta de otra cosa, una de la que quizá ninguno de los borrachos se percató: no sé si alguna vez han visto esos videos de drones sobre el mar en donde graban a surfistas relajados sobre su tabla y rodeados de tiburones sin que ninguna de las dos especies se dé cuenta… Aquí pasa igualito, pero en vez de surfistas son borrachos tirados en lo que alguna vez fue pasto cantando “¡MUJERES! ¡LO QUE NOS PIDAN PODEMOS! ¡SI NO PODEMOS NO EXISTE!” Y en vez de tiburones son ratas. Sí, ratas, ratas, no rateros, hablo de ratas mamíferos del tamaño de un gato, ratas de esas que cazan palomas. Ambas especies conviviendo sin que la presencia de una inmute a la otra.


Cerré la jornada nocturna tomándome un smoothie color azul fluorescente en un vaso que se ablandaba conforme pasaba el tiempo y con un popote de papel que me aguantó dos tragos. Porque si no hay luz, obviamente chinguen su madre los popotes y vasos de plástico también, hay que cuidar al planeta (o algo, supongo)… Jamás debí salir de mi cuarto esa noche.


En una oportunidad diurna que tuve de recorrer los Campos Elíseos realmente no mucho ha cambiado por ahí, pero ya de día te puedes dar cuenta de que actualmente la ciudad es un sitio en construcción debido, en gran parte, a los Juegos Olímpicos del año entrante. Sigo sin entender por qué la mascota de los juegos no es una rata, hubiera sido un hitazo.


Ya la última noche y sin ganas de nada pedí un uber para que me llevara al aeropuerto, eran las 3 de la mañana. El carro llegó, me acomodé y partimos rumbo al aeropuerto internacional Charles de Gaulle. A medio camino el conductor abandonó la ruta que le marcaba el Waze (también lo usan en Francia) y se fue por otro lado. Ya durante el viaje había escuchado de los abusos de los taxistas a los turistas donde una de las estafas preferidas de dichos conductores era dar vueltas y vueltas para poder cobrar de más, aquí eso no me alarmó primero porque no era un taxi, era un Uber y traía conmigo esa falsa sensación de seguridad con el sesgo cognitivo del optimista de “eso no me va pasar a mí”, además cuando la aplicación recalculó el viaje sólo se movió 5 minutos el tiempo, o sea que igual todo bien.


El problema y la hiperventilación empezaron cuando me di cuenta de que el rumbo que habíamos tomado no era un rumbo bonito: barrio bajo, grafiteado, prostitutas, bodegas, poca luz (pinche ciudad de la luz que no se prende). De repente empecé a ponerme muy, MUY nervioso.


En un semáforo se nos emparejó un carro por la derecha lleno de tripulantes masculinos y con música de hip-hop en francés a todo volumen. El conductor traía el vidrio abajo, escaneó el Uber y a mí se me vinieron a la mente cinco o seis letanías del santo rosario de esas donde contestas “ruega por nosotros”.


Avanzó el auto misterioso y avanzamos nosotros también. Un par de semáforos adelante se nos puso enfrente una motoneta de esas que venden en Elektra, pero de Francia (no creo que haya Elektra en Francia, pero si hubiese seguro ahí la compraron y la siguen pagando en abonos). Yo para ese momento ya sentía que vomitaba el corazón… No tengo muy claro lo que sucedió después, lo recuerdo como por pasos: venían dos tipos en la moto, el de atrás se bajó corriendo e intentó abrirme la puerta, yo venía en la parte de atrás; cuando el tipo hizo esto yo ya estaba del otro lado del auto; el conductor le gritó algo en francés (supongo), yo intenté bajarme y la puerta no abrió, se me salió tantita pipí, volví a intentar abrir y entonces sí funcionó; me bajé corriendo y en ese momento me di cuenta, casi de reojo, que el señor que intentó abrirme la puerta corrió detrás de mí; lo que sucedió a continuación es algo que sigo intentando explicarme a mí mismo porque no fue algo que pensara como tal, más bien un reflejo: di un paso con la pierna izquierda, giré 180 grados pivoteando con la pierna derecha y lancé una patada circular directo a la cara del señor que por supuesto ni siquiera tuvo tiempo de meter las manos. Como dato adicional debo decir, sólo para contextualizar, que fui seleccionado nacional de taekwondo durante 10 años en alguna etapa de mi vida, incluso durante esa época no recuerdo haberle pegado nunca a nadie tan fuerte como a este wey.


El señor cayó de boca, recuerdo vagamente que una de sus manitas se le empezó a engarruñar y en el momento que cayó, su compañero de la moto se arrancó a toda velocidad y mi compañero del Uber hizo lo mismo… Yo hice exactamente lo mismo con mis dos patitas, pero en sentido contrario.


Llegué a una especie de cerca ahogándome de cansancio, debí haber corrido 100 metros más rápido que Usain Bolt, me puse en cuclillas intentando recuperar el aliento y tratando de asimilar lo que había sucedido: son las 3:30 de la mañana, estoy solo en una especie de baldío en un país extranjero, intentaron asaltarme (o a lo mejor sólo querían un abrazo), probablemente le provoqué un daño cerebral al tipo que corrió detrás de mí, el Uber se llevó TODAS MIS COSAS, quiero a mi mamá…


En ese momento, estimados tres o cuatro lectores, sentí miedo, pero miedo, MIEDO, es más, no puedo decir que haya sido algo que jamás haya sentido antes, pero honestamente no recuerdo cuándo fue la última vez que había experimentado una sensación así.


Ahí agachado, con las piernas temblando, el azúcar en niveles récord y medio paralizado del terror lo único que se me vino a la mente fue el rostro de alguien: Brad Pitt. Durante la película de “Guerra Mundial Z” dice una frase que me retumbó en lo más profundo de mi ser: “movimiento es vida” y además la dice en español, así que retomé la compostura, me levanté, revisé mi celular que obviamente no tenía señal porque Dios me odia, por suerte traía mi pasaporte en la otra bolsa del pantalón y caminé hacia donde había más luz, claro después de pasar un buen rato cerciorándome de que no viniera nadie.


Caminé unos 10 minutos hasta llegar a un barrio muy culero, pero bien iluminado. Pasé de largo junto a unos tipos con mala pinta que estaban fumando en la calle, uno sin playera y lleno de tatuajes, pero inmediatamente pensé que a las 3:30 de la mañana no me iba a encontrar a nadie más afuera de su casa e hice lo que Jesús hubiera hecho: correrlos a latigazos… No, ya en serio (luego por qué me pasan estas cosas), intenté comunicarme con ellos, no me entendieron, no les entendí, me hablaban en francés como si fuese mi lengua natal, no es la primera vez que me pasa, es que cualquiera se confunde con estos ojazos… Después de un rato me frustré y lo único que salió de mi boca fue “puta madre” y sorpresa: uno de ellos de repente se me quedó viendo medio confundido y me dijo -¿Spagniol? ¿Parlas espagniol? -Sí, le contesté. Me hizo una seña de que me esperara (o al menos eso entendí), el tipo entró a un edificio y salió con una señora que si tuviera que adivinar diría que tenía pinta de panadera…


-¿Qué te pasó, hijo?


Le empecé a contar la aventura, ella le traducía a los muchachos que a su vez me volteaban a ver incrédulos, me preguntaron que qué quería hacer, que si quería llamar a la policía y les dije que no, que lo que quería era irme a mi casa, así que me hicieron el favor de pedirme un taxi, le explicaron lo sucedido y me llevó. Fue el camino más incómodo: el tipo sólo mirándome por el retrovisor y yo hiperventilando recordando aún letanías del rosario.


Llegué al aeropuerto, documenté, le conté al señor del mostrador lo que había pasado y entonces sí pedí un policía. Les conté todo, me hicieron llenar unas formas dentro de una oficina ahí mismo en el aeropuerto, me dijeron que para poder atender la denuncia formal debía de ir a hacerlo en una estación, yo no quise, lo que quería era largarme, así que me dejaron ir. Por cierto me pidieron el nombre del conductor y los datos del Uber que para mi sorpresa cuando revisé la aplicación el viaje no había terminado todavía. Ahí mismo lo terminé, hice el reporte en la aplicación y me metí a la sala.


Ya en la sala, faltando como media hora para abordar y haciendo el recuento mental de cuántos miles de pesos traía en equipo en las maletas que se llevó el Uber, escucho mi nombre por los altavoces. Lo primero que pensé fue “mierda, esto no ha terminado todavía”, lo segundo que pensé fue “ya no quiero saber nada, los voy a ignorar”, pero después dije “qué chingados”, me levanté, ya de hecho venía un tipo de la aerolínea a buscarme y cuando me asomé hacia afuera de la sala veo en el mostrador AL WEY DEL UBER con mis maletas y ya un desmadre monumental: gente del aeropuerto, patrullas, 500 policías, un desmadre.


Salgo, el chofer estaba explicando lo que pasó, ni siquiera me volteó a ver. Trajeron a una oficial que hablaba español, le expliqué lo que había pasado y me pidió que por favor fuera a denunciar de manera formal, la verdad es que yo no quería… Le pregunté al del mostrador cuáles eran mis opciones porque seguramente iba perder el vuelo y me dijo que por la situación podían ayudarme documentando mi maleta aunque ya el check-in estaba cerrado, pero que si perdía el vuelo ya no podían hacer nada por mí… Así que de ahí me agarré. Lo único que pedí fue que me ayudaran a revisar si mis cosas estaban completas y además de completas pues que no tuvieran nada de más. Revisaron playera por playera, cierre por cierre, pasaron los papelitos estos que se ponen azules por la droga y todo bien.


Al final me escoltaron hacia el vuelo, ya ni siquiera me volvieron a revisar y mi avión partió rumbo a la primera escala a casa que era Madrid.


Ya en España y esperando la conexión grabé un audio contando la aventura y se lo mandé a toda la gente que le pudiera interesar. Claudio, que en cierto sentido se podría decir que es mi jefe, me respondió “me parece increíble que después de todo lo que viviste no hayas perdido ni el vuelo”… O sea, no perdí el vuelo, pero del susto estoy seguro que voy a vivir nueve años menos.


Dentro de la gente a la que le mandé audio estaban mis hermanas, una de ellas vive en Estados Unidos y me contestó diciendo “por eso los gringos ya no van a esa madre, pinche París es el guetto del mundo” y no podría encontrar una frase más atinada para describirlo.


Y estas son las razones, estimados tres o cuatro lectores, por las que debo decirles que si tienen la oportunidad de ir a París, desaprovéchenla… O no, pero no digan que no se les advirtió.


Al final logré sobrevivir a la experiencia porque soy la cosa viviente más parecida a un ninja, si alguna vez usted se ve en una situación similar, mejor sólo corra o desmáyese, he oído que también funciona. No se arriesgue.


Obviamente los años de vida perdidos se compensan con dinero, o al menos yo así los compenso porque soy un alma sencilla, aquí pueden ayudarme a vivir mejor aunque sea por poco tiempo:




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