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  • Foto del escritorFauno

Junior Spring Break

La clasificación de este post, es la siguiente (Si usted le entiende, veo dos posibilidades: O es un experto en TV/Home Cinema, o es igual de depravado que yo):


NC-17

N

SSC


Es época de Semana Santa y por estas fechas siempre se han escuchado historias increíbles acerca de Cancún y el famosísimo "Spring Break", historias que a un adolescente se le hacen increíbles, fantasiosas y que ponen su sistema límbico a funcionar con el fervor que sólo se ha visto en las máquinas de vapor desarrolladas durante la revolución industrial. Sí, es (fue) mi caso.


Yo he tenido la oportunidad de viajar varias veces a Cancún, ciudad que mi cabeza asocia casi intrínsecamente con el Spring Break. Debo aclarar que mi cabeza tiene una forma extraña de asociar las ideas, por ejemplo: Dicen "burro", mi cabeza piensa "Sois"; dicen "mariposa", mi cabeza piensa "pájaros muertos"; dicen "California", mi cabeza piensa "rollo de sushi" y babeo como perro enfrente de un puesto de carnitas.


Cancún es especial para mí porque es una ciudad que ha sabido sacar lo peor de lo peor de mi persona. Además es especial porque, de acuerdo con la tradición estúpida que tienen algunas personas de llamar/apodar a sus hijos por el nombre de la ciudad en que fueron concebidos, mi nombre debería de ser "Cancún". Y aunque he tenido mucha suerte en mis visitas hacia esa zona del Caribe, también me han pasado otras cosas que han hecho de mis visitas a la ciudad, sean totalmente inolvidables.


La primera vez que recuerdo haber estado ahí, mi hermana y yo nos lanzamos a un jacuzzi con agua estancada desde la época prehispánica… Mi siguiente recuerdo nítido de la situación es mi abuela poniéndonos crema para la roña y quitándonos los piojos del cabello.


En esa ciudad he abordado los vehículos más increíbles que jamás imaginé. Un día nos subimos a un submarino, una experiencia estupenda hasta tener la desdicha de descubrir a un tiburón que rondaba la nave por el lado de estribor (Era una especie inofensiva, pero yo tenía siete años), lo siguiente que recuerdo fue haberme hallado en absoluta desesperación buscando los chalecos salvavidas y preparándome para una rápida emersión una vez que el tiburón le hablara a sus amigos y decidieran emboscar a traición el submarino. También en un viaje me subí a un helicóptero que tenía en la cola un dibujo escandaloso, horrible e inolvidable de unas guacamayas platicando, dibujo que se volvió aún más inolvidable una semana después cuando vi en las noticias que un helicóptero se había desplomado en el mar de Cancún: Sí, al ver las imágenes reconocí el par de guacamayas flotando cerca de un arrecife… Estuve a dos de volverme diabético.


Recuerdo un viaje con toda la familia, tenía yo doce años. Mi primo y yo pedimos que nos dejaran un cuarto solos, a lo que mis parientes respondieron amablemente y al unísono: "¡Están pendejos!". Tres horas, 123 cartas compromiso firmadas y medio litro de lágrimas después, accedieron. No se imaginaban que acababan de cometer el error más grande en la historia de su 'parentalidad'. Esas vacaciones fueron unas de las mejores que recuerdo, de las más banales, pero inolvidables. Nuestro itinerario consistía en comer, nadar en la alberca, ver pornografía, comer, ver más pornografía, comer, comer, comer, ver pornografía mientras nos bañábamos en el jacuzzi del cuarto, comer, intentar colarnos a la disco del hotel, regresar tristes al cuarto ideando un plan para poder colarnos la próxima vez, comer, ver pornografía, dormir y se repite lo anterior por dos semanas. Yo fui el niño más feliz de la cuadra hasta que el último día nos atraparon intentando voltear el cuarto de cabeza, así nomás, por idiotas: Aventando las cobijas al jacuzzi, orinando la tele, remojando las almohadas en café, rayando los espejos, inundando los cajones y enjuagando el piso con fanta sabor piña… Mi primo y yo estuvimos vetados de los viajes familiares un buen tiempo, yo no lo volví a saber de él durante los siguientes dos años.


Por supuesto, fueron las finas arenas playeras de Cancún las que me enseñaron que todo aquel que tiene como fantasía sexual hacerlo en la playa bajo la luz de la luna, padece de sus facultades mentales. No sé bien cómo explicar este punto sin que piensen que soy un enfermo, pero confíen en mí, ponerse románticos en la playa te deja unas rozaduras que sólo son comparables con las rozaduras que sufre un jinete al ir cabalgando desnudo a toda velocidad por la pradera.


Una de las cosas que más me gustan de esa maravillosa ciudad es que el idioma no importa. Si quieres socializar en un antro con alguien que no comparta tu lengua materna, lo único que tienes que hacer es bailarle a esa persona muy pegadito y por detrás, las palabras sobran. Créanlo, es cierto, yo me quedé sin palabras cuando un señor afroamericano con brazos más gruesos que mis piernas intentó socializar conmigo en el "Señor Frog's"… Y no, el señor no hablaba español.


La última vez que estuve en Cancún fue para visitar a una novia que solía tener. Un amigo me consiguió una casa para quedarme, fui muy feliz porque no pagué hospedaje, pero nunca me pude bañar porque para prender el boiler tenía que salir al patio trasero en donde vivían unos perros hambrientos del tamaño de una vaca adolescente. Uno de los días que estuve allá, salimos a un antro (The City) a ver el show del famoso mago Chris Angel, fue decepcionante: Primero, la magia que el wey ese hizo, fácilmente pudo haber sido superada por la magia que hacía el payaso "Meneito" cuando iba a mis fiestas de cumpleaños; Segundo, los boletos del antro me costaron más caros que si hubiera contratado un privado con Lindsey Lohan; Tercero, mi novia no quiso bailar conmigo en toda la noche, en cierto modo la comprendo porque mis habilidades de baile pueden ser superadas fácilmente por cualquier botella de Coca-Cola mal puesta en una mesa, pero fue una lástima porque casi ninguna de las 3,200 chicas que había esa noche en el lugar hablaba español.


En ese último viaje, una prima me convenció de regresarme con ella en autobús a la Ciudad de México, así que no compré boleto de avión de regreso… Lo que no me imaginaba era que mi prima no había comprado ni siquiera el boleto de ida, así que me regresé solo en el camión como el *Forever Alone* que siempre fui. Por eso nadie quiere a los negros (Mi prima es negra).


Señores, una vez más les agradezco el haberse tomado la molestia de visitar este espacio y si están ustedes de vacaciones les deseo que pasen un estupendo tiempo de calidad y les recomiendo que no intenten fornicar en la playa. Si usted no tuvo vacaciones, reciba una ligera e inofensiva burla de parte del autor de este blog, ya vendrán tiempos mejores.


Para no dejarlos con la duda, la clasificación del principio la aprendí en el viaje donde me quedé solo con mi primo. Es la clasificación de las películas que veíamos, si la película no tenía esas especificaciones, simplemente cambiábamos de canal:


NC-17 = Para mayores de 17 años.

N = Nudity.

SSC = Strong Sexual Content.


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