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  • Foto del escritorFauno

Serenatas, claveles y un aviso de expulsión

A cualquiera le pasa… Yo digo, ¿no?


Durante mi estancia en la secundaria y prepa, se tenía la bonita costumbre de que el 14 de febrero se les permitía a los chavos de la generación que salía, que se pusieran a vender diferentes bienes y servicios con motivo del día de los enamorados. Así sacaban dinero para su fiesta de graduación (Yo siempre les creí). 


Los bienes más populares eran unas flores muy curiosas de nombre "Claveles". El procedimiento era sencillo: Pagabas tu clavel, decías el nombre y el grupo de la persona a quien se le iba entregar y, de manera opcional, ponías tu nombre (Yo siempre fui bien puto y todos los que alguna vez mandé, fueron anónimos). Los amables compañeros organizadores se encargaban del resto. 


Dichas flores eran de tres diferentes colores:


Rojo: Significaba Amor

Rosa: Amor de lazo (Hermanas, madres, primas [?], etc…)

Blanco: Amistad


En lo personal, siempre odié los malditos claveles, por varias razones: La primera, me hacían estornudar; La segunda, cuando vi "Alicia en el país de las maravillas" recuerdo que salían unos claveles y me caían bien gordos (Este punto es la prueba de que las películas sí trauman a la gente); Y la tercera, pero no menos importante, ¡vendían CARÍSIMOS los malditos claveles!. 


La otra costumbre era todavía más divertida. El procedimiento era exactamente el mismo que con los claveles, pero en vez de un producto, era un servicio. Sí, eran las famosas serenatas. Ahí se tenía la opción de estar presente o no durante el desarrollo de la misma. Digo que eran extremadamente divertidas porque, al contrario de lo que pasa en las ferias populares, aquí era la gente la que iba detrás de la banda esperando ver quién sería la siguiente persona que se iba poner roja como manzana de Washington en los miércoles de plaza de la 'comer' cuando la banda empezara a tocar la tan esperada canción con dedicatoria. En más de una ocasión me tocó ver como la gente (Sobretodo niñas) corrían despavoridas buscando un agujero de conejo para esconderse o trataban de brincar la barda de la escuela para escapar de las serenatas y bola de víboras que se juntaban a escuchar y criticar (Me encantaba que intentaran brincar la barda, porque casi siempre traían falda).


Debo agregar que durante el curso de esta bonita tradición, siempre me sentí muy poco importante. Todos los claveles que recibí durante los 6 años de secundaria y prepa, fueron blancos (Adivinaron: #ForeverAlone). Por supuesto, jamás recibí una serenata… Aunque debo confesar que dediqué dos que jamás voy a olvidar y que casi me cuestan la estancia en el colegio.


La primera de ellas fue para una maestra que, por motivos de seguridad, llamaremos "Connie". Connie me daba física y era muy, digamos, buena onda. Un día excedimos su límite de confianza y nos dio un discurso motivacional que terminó al mero estilo de López Portillo: "Se acabó la maestra buena onda, de ahora en adelante tienen enfrente a un perro que los va morder". La siguiente escena fue un grupo de 40 estudiantes de entre 13 y 15 años ladrándole a la maestra en diferentes tonalidades cual jauría poseída por Lucifer (Yo era un bulldog). El 14 de febrero se me ocurrió la brillante idea de dedicarle una bonita canción de esas bien pegajosas: "EL BAILE DEL PERRITO".


La otra serenata fue para un profesor a quien llamaremos "Benji" (No empiecen). Su historia es muy, muy peculiar: Era un ojete… fin. Se me ocurrió dedicarle esa canción cuyo título no lo sé con certeza, pero dice más o menos así: "SACAREMOS A ESE BUEY DE LA BARRANCA"


Ambas serenatas iniciaron con dos frases de parte de la banda intérprete: "La responsabilidad del contenido de las serenatas es responsabilidad de quien las dedica" y "Parental Adivisory: Explicit Lyrics". Así es, me jugaron chueco, se divirtieron y yo pagué las consecuencias.


La risa y el dolor de estómago me duraron varias horas. 


Lo siguiente que recuerdo es que estaba en la oficina del director, con la cola entre las patas (¿Pues dónde más?), pidiendo disculpas a los profesores y azotándome con un látigo al mismo tiempo que rogaba por mi futuro académico con unas frases de Master: "Soy un excelente alumno", "Esta escuela no sería lo mismo sin mí" y "Por favor no me corran".


Ese mes en mi boleta aparecieron un par de letreros bien curiosos: "Felicidades, entre los diez mejores promedios del salón" y "Primer aviso de expulsión".




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